Cloro
El cloro está presente en el ácido que el estómago segrega para ayudar a digerir las proteínas. Es también uno de los electrolitos que ayudan a controlar el flujo de fluidos corporales. El cloro es abundante en la dieta y su deficiencia es rara, aunque puede darse el caso a consecuencia de una enfermedad, o por el uso de diuréticos.
El papel del cloro
El cloro es más conocido en equipo, ya que es la otra mitad del cloruro de sodio, o sal de cocina. Aunque este elemento no recibe mucha atención, su función dentro del cuerpo tiene un valor incalculable.
El cloro junto con el sodio y el potasio son los electrolitos principales que ayudan a regular la filtración de los fluidos corporales en las venas, las células, y en todo el cuerpo. Este electrolito particular, se encuentra principalmente en los fluidos que rodean a las células, donde ayuda a mantener el equilibrio adecuado de electrolitos para facilitar el paso de líquidos a través de las membranas.
El cloro también entra en acción cuando le nivel de ácido en el cuerpo es excesivo. La biolquímica corporal prefiere un entorno lo más cercano posible al estado neutro. Cuando el pH se altera y sale de la zona de equilibrio, el cuerpo reacciona de forma rápida para remediar esta situación. El cloro es uno de los agentes que nuestro cuerpo utiliza para reducir el nivel de ácido y restablecer el equilibrio ácido / base.
El cloro se encuentra en la forma de ácido clorhídrico en el interior del estómago. El ácido clorhídrico es un componente esencial del proceso digestivo. Ayuda a romper los alimentos, especialmente las largas cadenas de proteínas, en trozos más pequeños, para que puedan ser absorbidos adecuadamente en el intestino delgado.
En el hígado, el cloro también interviene en el proceso de eliminación de residuos.
Cantidades recomendadas
Dado que el cloro es muy abundante en la dieta diaria, no es realmente necesario preocuparse por obtener un cantidad mínima. No obstante, la cantidad diaria recomendada generalmente para este elemento es de es de 750 mg/día. Los bebés deben necesitan entre 500 mg a 1 gramo de cloro de cada día.
La mayor parte del cloro en nuestra dieta proviene del cloruro de sodio o sal de mesa, que se encuentra prácticamente en todos los alimentos, principalmente porque se añade al cocinar, aunque también lo está de forma natural. Algunos alimentos contienen niveles mucho más altos que otros. Los alimentos como las patatas fritas de bolsa, gallas saladas, salsas a base de tomate, embutidos y carnes curadas, carne y pescado en conserva, las aceitunas, patés, el hígado, verduras en conserva, aperitivos salados, e incluso la mantequilla de cacahuete contienen cantidades apreciables de cloro. En general, el cloro es especialmente abundante en los alimentos procesados debido a los altos niveles de conservantes necesarios para mantenerlos frescos.
Exceso de sal
Cuando nuestros cuerpos reciben demasiada sal, hacen evidente dicha situación mediante la retención de agua. Con el tiempo, el exceso de puede elevar la presión arterial y conducir a la hipertensión.
Deficiencia de cloro
Las deficiencias de cloro son muy raras, aunque una deficiencia de cloro puede ser peligrosa. En individuos sanos, tal deficiencia no suele producirse. Sin embargo, un ataque grave de diarrea o vómitos, el uso excesivo de diuréticos, o la pérdida excesiva de líquidos por el sudor, son ejemplos de situaciones que pueden crear una deficiencia de electrolitos, incluido el cloro.
Dos de los primeros síntomas de una deficiencia de cloro son una bajada de la presión arterial y una sensación general de debilidad. Cuando el nivel de cloro baja en el cuerpo, se produce, por lo general, una pérdida simultánea de potasio a través de la orina. Si los niveles de ácido en el cuerpo bajan demasiado, puede desarrollarse una condición conocida como la alcalosis. Esta es una condición que hace que el pH de la sangre se eleve peligrosamente. Combinada con una importante pérdida de potasio, esta condición se convierte en la alcalosis metabólica hipopotasémica, y los afectados pueden llegar a perder la capacidad de controlar la función muscular, incluyendo los músculos implicados en la respiración y deglución. sus síntomas provocan que la persona afectada pierde la capacidad de controlar la función muscular – una condición que, si no se trata, puede resultar mortal.